Sexo,
Drogras y Chalie Parker
Por:
Rubber Cherry.
"Abre
las piernas, te la voy a meter hasta el fondo” es una de mis frases
favoritas, salvo cuando lo que promete nunca sucede. “Güey, te
acabas de fumar medio kilo de crak y estamos oyendo a fuckin Charlie
Parker. ¿Cómo esperas que se te pare?”, le dije y pensé: “Esto
es como tratar de follarse a Woody Allen”.
Ese
mismo día vedé instantáneamente a Parker de mi soundtrack de la
alcoba. El asunto del crack me tomó un poco más de tiempo, pero en
cuanto pude deshacerme de A. lo hice también de sus hábitos de
junkie, de la culpa que me producía tirarme a un güey que tenía
novia y de su patética manía -de mal gusto, aberrante y trillada-
de transcribir poemas de Sabines para regalármelos.
Hay
algo en el jazz que nomás no me pone. La simple y llana verdad es
que prefiero un tipo de música más convencional, porque lo último
que quiero pensar mientras me pongo en cuatro es en la bendita
improvisación que se acaba de aventar el Fulano de Tal. También
podría decirse que el soundtrack de mi vida es más bien escueto y
se reduce a bandas actuales y uno que otro clásico. Eso es, supongo,
lo de menos.
Mientras
investigaba cuáles son los efectos positivos del jazz hacia la
corrida (tío), me encontré con uno de esos antipáticos artículos
que polulan en la red. Según la Deutsche Welle, sólo el dieciocho
por ciento de la población de la gente cree que la música es un
estimulante erótico. Es decir, que a la mayoría de las personas les
gusta follar en silencio. En caso de que la DW sea poseedora de la
verdad absoluta, señores, soy una estadística. Y no es que me
gusten los alaridos animales que brotan de los hombres cuando se
vienen, te penetran, se masturban; o los suaves gemidos de las chicas
(sobre todo cuando se llevan varios minutos a punto de venirse):
simplemente el jazz ocupa demasiado espacio en mi cabeza.
Qué
vida tan desgraciada debió vivir Ray Charles, que nunca pudo ver a
una mujer masturbarse o abrir las piernas, como alas, ante sus ojos.
Quién sabe si alguna vez vio una concha que no fuera la de su madre.
Es una verdadera lástima: imagino que hubiera fabricado un sinfín
de melodías (para luego revolcarlas en estridentes improvisaciones)
inspirado en la sola apariencia de los labios vaginales.
O
quizás no. Quizás estoy completamente equivocada, fuera de lugar,
de tiempo. Me imagino, de hecho, que alguno de mis lectores estará
pensando: “Qué tipa tan bruta”. Y no dudo que este juicio
(probablemente esté más atinado de lo que me gustaría aceptar)
esté fundamentado en la hipótesis universal que dice que los ciegos
“sienten” más.
A
menos de que me quede ciega, nunca lo sabré de cierto; y es que por
más que te vendes los ojos, nunca dejas de ser un pendejo buscando
un ápice extra de placer. Eso sí, he tenido fortuna de convivir con
un sexólogo que además es invidente que además es melómano que
además es a toda madre. Para él, el jazz, el sexo y la oscuridad
son una familia funcional, los elementos de huracán sensorial
inigualable. ¿La cereza del pastel? Un güisqui en las rocas y un
cigarro “cargado de veneno para ratas”, dice, y suelta una
carcajada.
Debo
confesar que, aunque el jazz no es un género que escuche, siempre he
creido que los jazzistas deben tener una vida sexual inmejorable. O,
por lo menos, sus afortunadas mujeres o, ya de perdida, las putas a
las que se tiran: con esa habilidad dactilar provocarles una venida
debe ser como lavarse los dientes. Me pregunto qué será de sus
penes: ¿contarán también con superpoderes o estarán tan
condenados a la disfunción y la flaccides como los miembros de
cualquier otro hombre?
Nunca
me he tirado a ningún jazzista. Mis intentos por tener tórridos
romances con músicos se limitan a perdedores diyéis y al vocalista
de una banda tan famosa que no me atrevo a compartirlo. En ambos
casos la experiencia fue, digamos, común.
Contrario
a lo que deben creer las groupies, los músicos no follan mejor que
los simples mortales. Es más, yo no cambiaría ese one night night
stand con Miembro de Banda Grande por el faje que me puso mi novio de
la adolescencia, o la sesión de sexo oral que me propinó esa chica
en Playa del Carmen. Lo que no puedo evitar preguntarme es si los
jazzistas, con tanta improvisación que les corre por las venas,
pueden sacarse de la manga un ritmo, una posición, una frase guarra
con la facilidad que sacan una secuencia de notas musicales. De ser
así, por favor notifíquenmelo.